Le golpeé el abdomen mientras me reía.—¿Por qué eres tan cruel?—Porque si te digo que todo estará bien, te estaría mintiendo. Es lo lógico que extrañes a alguien que quisiste tanto, con quien compartiste parte de tu vida y frente a quien te desnudaste y no me refiero solamente al cuerpo. Pero es la forma en la que tu cerebro procesa la ausencia, vas a estar triste, tendrás recuerdos, añoranzas, maldecirás y te mentirás para sentirte mejor. Debes vivirlo, dejarlo salir, gritar, llorar… sacarlo de ti. Pero, lo peor que puedes hacer es darle más importancia de la necesaria. No te encierres ni te aísles. Habla, con tus amigos, conmigo o con los gatos. —¿Quién eres? —Le puyé el brazo.—La respuesta a tu S.O.S. Tu rescatista. Vamos.
—No te disculpes por besarme —me ruboricé enseguida—. Hay un millón de cosas malas que requieren una disculpa, pero un beso no es una de ellas. Nunca un beso puede ser una herida, un beso dice más que un montón de palabras. Y parece que lo que querías decirme no encajaba en ninguna frase, no te preocupes, entendí todo lo que tus labios le dijeron a los míos.
No me podía engañar, no cuando apenas si lo nombraba con Marcelo porque necesitaba decir su nombre, volver a acariciarlo en mis labios. Sentir que aún me quedaba algún derecho a sentir mío lo nuestro solo con hablar de lo que fue nuestra relación. Algún día dejaría de hacerlo, algún día dejaría de hablar de él cuando nadie me escuchaba. Solo era un ítem más a mi lista de tareas. Todos estamos llenos de olvidos pendientes.
—¿Qué quería? —dije tan fresca como pude. Pero sin mirarla, sin girarme.—Supongo que hablar contigo, justificarse el muy gilipollas —Grace lo odiaba y de su odio hay que cuidarse. Si quería vengarme de Marc solo debía asentir y ella lo entendería. En dos días los medios hablarían de cualquier cosa que lo desprestigiara y estaría acabado. No era la periodista de más peso, el periódico del que era editora era muy respetable. Pero ella no iba a exponerse, la chica tiene enchufe. Que lo diga yo que gracias a sus contactos trabajaba donde trabajaba.—Ya. ¿Qué le dijiste?—Que se largara si no quería que clavara el tacón de mis zapatos en sus elitistas y traicioneros huevos.Tragué saliva, casi me reí.Era capaz, de Grace me esperaba todo.—¿Qué zapatos tenías?—Unos Louboutin muy puntiagudos.Imaginar la escena me hizo gracia. Seguro que Marc le miró los zapatos primero.—Los únicos que tienes e ibas a perderlos así…—Nunca podrían haber sido mejor usados, te lo aseguro.—Imagino que tu amenaza lo mantendrá a raya —soné muy borde, no era mi intención. Tampoco la de retractarme.—No lo sé, pero Salo se encargó de darle un par de dolorosas razones para no volver. Aunque ya sabemos que el cabrón tiene más cara que espalda.